Lessico
Andrés
Laguna
Andrés de Laguna - Andreas Lacuna
Umanista e medico spagnolo (Segovia 1499 - 1559). Medico famoso e viaggiatore instancabile, fu autore di opere di carattere scientifico. Nel 1937 Marcel Bataillon gli attribuì la famosa opera Viaje de Turquía, precedentemente attribuita a Cristobal de Villalón.
Oltre
alle opere che tra poco verranno elencate, bisogna segnalare che tradusse
anche gli ultimi 8 libri - dal XIII al XX - dei Geoponica, nonché
delle castigationes, cioè delle critiche alla traduzione di Janus
Cornarius
del 1541 relativa a tali libri dei Geoponica:
- Ex commentariis geoponicis sive de re rustica etc. - 1541
- Castigationes ... in translationem ... per Janum Cornarium - 1543
Publikationen des Andrés de Laguna
1535
Paris: Methodus anatomicus
1542 Straßburg: Compendium curationis et praecautionisque morbi passim...grassantis,
hoc est...febris pestilentialis
1543 Aristoteles-Übersetzungen:
De natura stirpium, De virtutibus et vitiis
1543 Köln: Europa. Heauten timorumene. Hoc est misere se discrucians, suamq;
calamitatem deplorans
1550 Köln: Victus ratio,
scholasticis pauperibus paratu facilis et salubris
1550 Köln: Galen-Übersetzung:
De philosophica historia
1551 Basel: Epitome Galeni
Pergameni operum in quattuor partes digesta. Weitere Ausgaben:1553 Lyon, 1571 Basel, 1604 Straßburg
1551 Rom: Methodus cognoscendi exstirpandique excrescentes in colle vesicae
carunculas. Weitere Ausgaben Alcalá 1555, Lissabon 1560
1551 Rom: De articulari morbo commentarius
1555 Antwerpen: Dioskurides-Übersetzung
1556 Salamanca: Discurso
breve sobre la cura y preservacion de la pestilencia.
Notizie biografiche più approfondite sono reperibili nel web e le riportiamo integralmente.
El
Doctor Andrés de Laguna 1499-1999 Andrés
Laguna nació en Segovia, según Diego de Colmenares y otros
historiadores, en 1499; hijo de un médico notable, judío converso.
Fue coetáneo de Domingo de Soto. En
la Universidad de Salamanca obtuvo el bachiller en Artes y en París
estudió griego, medicina y botánica. Fue catedrático de la
Universidad Complutense. La Universidad de Bolonia le nombró doctor. Destacó
como médico del Emperador Carlos V y del Papa Julio III, entre otros,.
Realizó numerosos viajes por Europa, distinguiéndose por sus
aportaciones científicas, literarias y políticas. Hizo
numerosas traducciones y comentarios como Las cuatro elegantísimas y
gravísimas oraciones de Cicerón contra Catilina, el tratado de
Pedacio Dioscorides Anazarbeo, Diálogos de Luciano, De Mundo y De las
Virtudes - de Aristóteles -, Historia Filosófica - de Galeno k-,
además de unificar el resto de su obra, y obras originales, entre las
que figuran las tituladas Discurso breve sobre la cura y preservación
de la peste, el Método de Anatomía, sobre la vida de Galeno, Tratado
de pesos y medidas medicinales, Abecedario de los Dogmas o sentencias
de Galeno sobre Hipócrates, Bataillón le cree autor del Viaje de
Turquía. Publicó más de treinta obras. No
está clara la fecha de su fallecimiento, pero debió de ocurrir a
finales de 1559 o a principios de 1560. Sus restos, que han reposado
en el panteón de Gentes Ilustres del Estado, actualmente están
depositados en la Iglesia de San Miguel de Segovia. El
Cronista Diego de Colmenares finaliza
el capítulo que dedica a Andrés Laguna «segobiensis» (como se
nombraba en todo lugar) con la siguiente conclusión: «Esta
es la vida y escritos que (hasta ahora) hemos podido averiguar de este
gran segoviano, más conocido y celebrado en las naciones extrañas
que en la propia, pues no hubo en su tiempo Rey, ni Príncipe que no
le honrase, ni médico docto que no venerase su doctrina». Nos
encontramos, por lo tanto, ante un prestigioso europeísta y figura única
en la Historia de la Ciencia, cuyo pensamiento y obra puede tener gran
influencia en el momento actual. La
importancia y relieve que en la historia de España y de Europa ha
tenido esta insigne figura, no sólo en su dimensión médica, sino
también en los campos de la cultura, el arte, la política, la
ciencia y las artes de la época, hacen que resulte obligado rememorar
las aportaciones que Andrés Laguna "segobiensis" hizo en
favor del liderazgo español en el siglo XVI. (http://centros5.pntic.mec.es/andres.laguna) Andrés
Laguna Los avatares biográficos del médico segoviano
Andrés Laguna han llegado a nosotros, fundamentalmente, a través de
las informaciones que él mismo dejó en sus escritos. Casi ningún
otro documento o testimonio ha sido hallado, quizá porque nada más
se ha conservado, quizá porque aún no hemos buscado lo suficiente.
De hecho, la mayor parte de los historiadores que en los siglos XIX y
XX trataron de aproximarse a la figura de Laguna se limitaron a
repetir lo que ya dejara escrito en 1640 su paisano y cronista Diego
Colmenares en sus Vidas y escritos de los escritores segovianos,
añadiendo aquí o allá algún otro dato extraído de testimonios
indirectos o – más frecuentemente –
de la lectura de alguna de las obras que Laguna publicó a lo
largo de su vida; casi nunca de todas. De hecho, tanto Teófilo
Hernando como César Dubler, que en el siglo pasado fueron los que
mejor conocieron, respectivamente, la vida de Laguna y el contenido de
su obra más conocida – la versión castellana del tratado de
materia médica de Dioscórides –, admitieron no haber leído con
atención su obra latina. A partir de 1999, sin embargo, algunos nuevos
estudiosos se han sumado al pequeño grupo de expertos en Laguna,
gracias sobre todo a la celebración de un inventado quinto centenario
de su nacimiento. Y digo «inventado» porque los mismos expertos que
participaron en las exposiciones, conferencias, congresos y
actividades organizadas con tal motivo admitían que el nacimiento del
médico segoviano no tuvo lugar en 1499, sino probablemente diez o
doce años más tarde. Esto ya había sido defendido hace muchos años
por Marcel Bataillon, el hispanista francés autor de Erasmo y España,
sin duda una de las personas que más esfuerzos dedicó a estudiar la
andadura personal e ideológica de Andrés Laguna, desde que decidió
atribuirle la autoría del anónimo Viaje a Turquía y se
comprometió a aportar argumentos a favor de esa tesis. Sea como fuere,
la celebración de hace tres años ha permitido enriquecer bastante el
panorama de los estudios sobre Laguna. En este sentido, se deben
destacar las dos monografías que Miguel Ángel González Manjarrón
ha dedicado al personaje. En una analiza su obra más conocida, a la búsqueda
de «fuentes e influencias», que sitúa «entre la imitación y el
plagio»; en la segunda, realiza un ejemplar análisis de la obra
latina de Laguna para encuadrarlo de forma adecuada en la corriente
intelectual europea conocida como «humanismo médico». Nosotros aquí nos proponemos, mucho más
modestamente, presentar de forma sucinta la vida y la obra del médico
segoviano y encuadrarla en la medicina europea del Renacimiento.
Creemos necesario, pese a las limitaciones de espacio e intención de
esta charla, centrar nuestra atención de manera especial en los
rasgos fundamentales de esa medicina universitaria renacentista, que
tan extraña parece resultar –hasta el punto de llevar en ocasiones
a malinterpretaciones – a
quienes se han aproximado a la figura de Laguna desde una óptica
meramente filológica o humanística. Laguna:
el converso errante Los violentos asaltos de furibundos cristianos a
diversas juderías en el año 1391 pusieron fin definitivamente a
cualquier sueño utópico sobre la posibilidad de mantener una
coexistencia pacífica duradera entre la mayoría cristiana y la minoría
judía en el territorio de Sefarad, nombre que ésta daba a su
tierra ibérica. Las conversiones masivas posteriores a los ataques
trajeron bien pronto la aparición del llamado problema converso:
los cristianos viejos se sentían incómodos – y dispuestos a
manifestarlo de manera violenta muchas veces –
por tener que convivir con unos cristianos nuevos, a los
que acusaban de seguir manteniendo en la intimidad de sus corazones y
de sus hogares las creencias y los ritos de su antigua fe. El establecimiento del tribunal del Santo Oficio
de la Inquisición entre los años 1478 y 1482 fue la culminación de
ese malestar y la prueba más clara de que la mayoría cristiana
optaba por la vía del castigo y la represión de esos pertinaces
cristianos judaizantes. La expulsión en 1492 de todos los judíos que
no aceptaran convertirse al cristianismo fue presentada precisamente
como la solución para que los cristianos nuevos dejaran de obstinarse
en mantener sus viejas costumbres incitados por la presencia de sus
antiguos correligionarios. La solución fue aún más trágica: no sólo
miles de familias hubieron de abandonar sus hogares para siempre, sino
que otras muchas que eligieron convertirse agravaron aún más el «problema
converso» y fueron víctimas de la represión inquisitorial, cuya
cruel dureza se prolongó aún durante tres décadas. Transcurrido ese
período de violencia extrema contra la minoría conversa, la memoria
de la misma marcó para siempre a varias generaciones de cristianos,
nuevos y viejos. En el transcurso de esas generaciones, la «contaminación»
judaica de numerosos linajes familiares dio como resultado unos
perfiles cada vez más difusos de la minoría conversa originaria y
una tendencia a utilizar la infamia – real o supuesta –
de la descendencia de sangre conversa para dirimir tensiones y
conflictos sociales, económicos, familiares y personales. La terrible
pedagogía del miedo impartida por la Inquisición y por sus
propagandistas consagró durante más de dos siglos un mecanismo de
exclusión social, fácil de ser puesto en marcha y muy difícil de
ser controlado una vez que la furia racista, clasista o clientelar lo
desataba. Por eso, la discreta opción de dejar una página en blanco
acerca de los orígenes familiares de tantos personajes de la España
del siglo XVI puede ser muchas veces interpretada como un silencio
dictado por el miedo, o por la prudencia, ante la imposibilidad de
mostrar una limpieza de sangre de la que tanto alardeaban otros y que
tantos beneficios les reportaba a la hora de hacer carrera en la
administración, en las universidades o en los conventos. No
cabe ninguna duda acerca de la pertenencia de Laguna a una de las
familias de judíos segovianos que, en la generación anterior, se habían
visto ante la tesitura de optar entre la conversión forzosa al
cristianismo o el abandono de sus hogares, sus bienes y su tierra. El
padre de Laguna, como tantos otros, optó por la conversión y siguió
ejerciendo hasta su muerte su profesión de médico en la ciudad de
Segovia. El hecho de ser el hijo de un converso condicionó siempre
– como no podía ser de otro modo en aquel contexto –
la andadura personal y profesional de Andrés Laguna. Si bien
ese condicionamiento no debe llevarnos a creer que fuera determinante
en todas y cada una de las decisiones vitales del personaje, negarlo o
tratar de restarle importancia no conduce más que a deformar y hacer
poco inteligible no sólo la vida de Laguna, sino la de tantos otros médicos
conversos castellanos – portugueses, valencianos, catalanes o
aragoneses – que se
encontraron ante una situación similar en esos mismos años o en las
dos o tres generaciones siguientes. Si en algo coincidieron muchos de
ellos fue en su decisión de dedicarse al estudio y al ejercicio de su
profesión fuera de sus lugares de origen, lejos de las tensiones y de
las ruindades personales y sociales que tantos otros conversos
tuvieron que sufrir al intentar seguir viviendo en su ciudad, en su
barrio, o en sus casas. Por eso, para entender a Laguna debemos partir de
su condición de médico, tanto como de la de converso y la de
errante. La profesión del padre, sin duda, fue trascendental a la
hora de decidir proporcionarle una formación médica universitaria,
que inició en Salamanca, lo que en principio era lo más lógico para
un segoviano. Pero en aquella universidad no estuvo mucho tiempo; ni
siquiera se graduó de bachiller en artes, el primer escalón académico
que entonces era indispensable para seguir cursando cualquiera de las
facultades llamadas «mayores»: teología, leyes, cánones y
medicina. En 1530, cuando rondaba los veinte años de edad, Andrés
Laguna decidió marcharse a estudiar a París. En aquel tiempo, la llamada peregrinatio
academica era algo relativamente habitual para muchos estudiantes
universitarios europeos. De hecho, Laguna encontraría en la
universidad de París a un numeroso grupo de estudiantes y profesores
españoles, así como a un nutrido grupo de diversa procedencia:
alemanes, flamencos, italianos, etc. Pero, si en los primeros siglos
de vida universitaria europea la peregrinatio tenía unas
dimensiones más reducidas y una motivación de «escuela» entre las
diferentes tendencias intelectuales del escolasticismo medieval, en
estas primeras décadas del siglo XVI se había convertido en un fenómeno
mucho más extendido y la motivación esencial era ahora integrarse en
la cada vez más hegemónica «comunidad de los humanistas» que
encontraba cada vez con mayor facilidad un acomodo académico en las
universidades, desde Alcalá a París y desde Padua a Oxford, o en las
oficinas editoriales de Venecia, Basilea, Francfurt o Amberes. Como veremos más adelante, Laguna inició en París
su itinerante trayectoria de autor humanista, traductor y comentador
de textos clásicos. Ahora interesa mencionar que en la Sorbona se
graduó de bachiller en artes y, en marzo de 1534, en medicina. En esa
facultad encontró Laguna profesores de gran prestigio entonces, como
el anatomista Dubois(Silvius) y Jean Ruel, profesor de materia
médica y traductor y comentador de la obra de Dioscórides, que tan
ligada iba a estar a la empresa intelectual del médico segoviano. Tras la graduación parisina, Laguna regresó a
Castilla, probablemente a Segovia. Estuvo, al parecer, en Toledo y en
Alcalá, aunque nunca fue profesor en esa universidad, por mucho que
este dato se haya dado por seguro en varias ocasiones. Quienes se
mostraron en el pasado empeñados en ensalzar la figura de Laguna,
dentro de la típica historia «hagiográfica» de la medicina y de la
ciencia que se practicaba en el siglo XIX y durante buena parte del XX,
insitían en esa nunca probada «cátedra» de Laguna en Alcalá, como
insistieron también acerca de un supuesto «doctorado» en Toledo y
en una no menos falsa condición de médico de la emperatriz Isabel,
que murió en 1539 en esa ciudad. Lo único que sabemos con certeza es
que Laguna estuvo en Alcalá porque allí firmó en 1538 una
dedicatoria al emperador de una de sus obras y que fue consultado –
y debió entonces acudir a Toledo –
en los momentos críticos de la enfermedad de la esposa de
Carlos V, que acabó muriendo – como tantas otras mujeres en
aquellos tiempos – probablemente
de una infección consecuencia de un desgraciado parto. Lo cierto es que Laguna decidió bien pronto
reemprender su condición de converso errante, en su ya consolidada
representación de médico humanista, cuando en 1539 embarcó con
destino a Londres. Allí estuvo varios meses, pero desconocemos qué
hizo exactamente o qué planes le llevaron hasta la corte de Enrique
VIII. Como en otros momentos de su peregrinar, algunos historiadores
sostienen la tesis de que Laguna desempeñó diversas veces para el
emperador la función de «informador» en cortes o territorios
extranjeros. Dada la frecuencia con que los miembros de la
comunidad de los humanistas lo hicieron, no puede descartarse que
llevara a cabo algunas misiones de espionaje, pero lo único que
sabemos como datos ciertos sobre su estancia en Londres son unos pocos
comentarios banales acerca de ciertas actividades cortesanas. De Inglaterra, Laguna pasó a Flandes y quizá
estuvo también en alguna ciudad alemana, siempre más o menos cerca
de los movimientos de la corte imperial (de Gante a Ratisbona, por
aquellas fechas), pero nunca lo suficientemente cerca como para que
podamos establecer una relación directa del médico con el entorno más
cercano a Carlos V. De hecho, en 1540 lo que hizo Laguna fue aceptar
un contrato de médico de la municipalidad de Metz: desde el día de
san Juan de ese año, hasta el mismo día de 1545 se comprometió a
prestar sus servicios al gobierno de aquella ciudad. Con esporádicas
estancias en Colonia para la publicación de las obras que más
adelante veremos, la estancia de Laguna en Metz estuvo marcada por la
complicada coyuntura de la política militar y religiosa europea,
donde católicos y protestantes, partidarios del imperio y de la
monarquía francesa o de los príncipes alemanes se enfrentaban año
tras año. En Metz, Laguna se vio ante la necesidad de adscribirse
claramente al bando imperial y católico, opción que acabó haciendo
aconsejable su alejamiento de aquella ciudad, a la vez que le iba a
permitir alcanzar una buena posición en su nuevo destino: Roma. Los diez años que Andrés Laguna estuvo en
Italia, desde 1545 a 1554, fueron, sin duda alguna, su etapa más
madura y productiva intelectualmente, a la vez que su ubicación en
Roma le abrió las puertas a la obtención de cierta posición social.
En ese sentido, la protección del cardenal Mendoza, por entonces
embajador de Carlos V ante la corte papal, resultó ser clave. Ya de
camino a Roma, en 1545, pudo pagarse un conveniente y prestigioso título
de doctor por la universidad de Bolonia. Una vez instalado como médico
del cardenal, Laguna llegará a ser «caballero de San Pedro» un título
que se compraba relativamente bien y que daba 15.000 ducados de renta
anual del «alumbre» de las minas de los Estados Pontificios; algo
que hubiera tenido mucho más difícil en España, donde para un
notorio converso conseguir ser caballero de una orden militar, por
ejemplo, hubiera costado mucho, quizá demasiado. Finalmente, obtuvo
también la consideración honorífica de médico del papa Julio III,
algo que era considerado mérito suficiente como para que se reflejara
en las portadas de todas las obras que escribió a partir de entonces. Desde Roma, Laguna visitó otras ciudades y
territorios italianos. Especial importancia, desde el punto de vista
de su producción científica, tienen sus estancias en Venecia,
acogido por el embajador Juan Hurtado de Mendoza y no exentas de las
habituales sospechas de espionaje que algunos historiadores se han
empeñado en hacer verosímiles. Precisamente, Venecia fue el destino
elegido cuando, a finales de 1553, la coyuntura de la corte papal –
siempre en interesado y tenso equilibrio entre sus propios intereses
políticos y los de Carlos V – le aconseje, de nuevo, un discreto mutis de un escenario
que se había vuelto inestable para los servidores del emperador. Desde Venecia, con la decisión ya tomada de
concluir su obra más conocida, que llevaba elaborando desde hacía
muchos años, Andrés Laguna se trasladó a los Países Bajos, donde
el impresor Juan Latio, uno de los que llevaba ya largo tiempo
editando obras en castellano en Amberes, acometerá la empresa de
publicar el Dioscórides, cuya dedicatoria al futuro Felipe II firmó
en aquella ciudad, el 15 de septiembre de 1555. Dos años más tarde, en Bruselas, cayó
gravemente enfermo. Aprovecha la convalecencia para traducir al
castellano las Catilinarias de Cicerón: una elección que
desde el punto de vista filosófico, político y, si se quiere, moral
se nos antoja significativa de su talante. Quizá también ayude a
explicar, en parte, la decisión que tomó a finales de 1557 de
regresar a Castilla. Aunque no puede ser casual que precisamente por
entonces Carlos V ya hubiera tomado a su vez la decisión de abdicar,
repartir sus posesiones entre su hermano Fernando y su primogénito
Felipe, y retirarse a Yuste. La muerte, como es sabido, no tardó en
llegarle al monarca; muy poco después, sorprendió en Guadalajara a
Andrés Laguna, que expiró el 28 de diciembre de 1559. Fue enterrado,
siguiendo su voluntad, junto a su padre y otros familiares en la
iglesia de san Miguel, de Segovia. Actividades
intelectuales y profesionales Hasta aquí hemos resumido el largo y casi
continuo peregrinar europeo de Laguna; hemos tratado de relacionarlo,
por un lado, con su condición personal y, por el otro, con la
coyuntura política en la que se vio inmerso. Nuestra atención debe
dirigirse ahora a lo que, ciertamente, dotó de un significado
especial a la persona del médico segoviano: su actividad como médico
y como estudioso. En ese sentido, acercarnos a Andrés Laguna sirve
también para conocer un perfil profesional e intelectual típico de
toda una generación de hombres (las mujeres, huelga recordarlo,
estaban totalmente apartadas de esas actividades) que conformaron
buena parte de la cultura europea de la época y, desde luego, de lo
que hemos convenido en llamar la ciencia renacentista. Estos hombres compaginaron determinadas prácticas
científicas con una serie de tareas que podríamos denominar
puramente librescas, puesto que dicha ciencia renacentista se
conformó mediante la conjunción de ambos aspectos. De hecho, en el
caso de Laguna, sus prácticas científicas al margen de las meramente
librescas (entiéndase la tarea intelectual de buscar, leer, cotejar,
traducir y comentar textos) se desarrollaron especialmente en el ámbito
de la anatomía y en el de la materia médica. El primero de ellos,
quizá, quedó limitado a la práctica de la disección en la época
en que era estudiante en París. Aunque no hay que descartar que siguiera
practicando alguna disección y, sin duda, asistió a las practicadas
por otros – como testimonian algunos de sus comentarios –, parece
que el interés por la anatomía fue pronto reemplazado por la
dedicación al estudio de los «simples medicinales», en especial las
plantas, pero también los animales y algunos minerales. En ese ámbito, las prácticas científicas de
Laguna parecen muy en consonancia con las más nuevas de la época:
herborizaciones, visitas a los jardines, intercambio de especies, de
semillas, de muestras o de imágenes. Incluso, como es fácilmente
deducible de la lectura de sus comentarios a la obra de Dioscórides,
practicó asiduamente la experimentación de los remedios en los
enfermos. Incluso en algún momento de su largo período en Italia,
Laguna proyectó embarcarse desde Venecia para un viaje expedicionario
a Oriente, aunque no pudo llevarlo a cabo. Además, como ocurrió en tantos otros casos de
científicos renacentistas, la práctica médica de Laguna acompañó
siempre el desempeño de sus tareas librescas y sus otras prácticas
científicas, especialmente – como acabamos de decir –
las relacionadas con el conocimiento de los remedios
medicinales. Como es natural, el médico segoviano supo aprovechar en
todo momento la posibilidad de obtener ingresos económicos mediante
la práctica médica, bien aceptando propuestas por parte de gobiernos
de las ciudades, bien buscando la siempre arriesgada pero también
provechosa posición de médico personal de señores y potentados. Ya
hemos mencionado los casos más significativos de ambas opciones: el
que le ofreció durante cinco años la ciudad de Metz y el que durante
una década le otorgó la protección del cardenal Mendoza. Dicha
dedicación, obviamente, no impidió en ningún momento que Laguna
dirigiera su práctica médica también a otras personas o colectivos
que lo solicitaban. En ese sentido, no podemos dejar de mencionar aquí
el buen conocimiento que Laguna parece tener de las meretrices
romanas, algunas de las cuales aparecen citadas en sus comentarios
como pacientes suyas. Para este y otros menesteres de la práctica médica,
cobraba especial importancia su posición de «médico de...», puesto
que le otorgaba un prestigio que le permitía captar más pacientes/clientes.
Pero también debió ir acompañada de un indudable buen hacer y un
grado de eficacia – entendida como satisfacción de expectativas y
no como una entidad medible con criterios actuales –
indispensable para granjearse la «buena fama» que abría a un
médico las puertas de otras casas. Por lo que se refiere a sus tareas librescas,
Laguna se nos presenta como un completo y bien preparado profesional.
Formado en griego y latín clásicos, estaba – como los demás
comprometidos con el programa humanista –
convencido de la necesidad de aplicar un severo método de crítica
textual y filológica a los escritos de los grandes autores clásicos,
transmitidos por manuscritos de muy diversa procedencia y plagados de
intervenciones espurias. Además, la defensa de los criterios filológicos
empleados, la discusión de los mismos con otros autores coetáneos,
así como su propia interpretación de textos elaborados tantos siglos
antes, le llevaron a elaborar comentarios y otras intervenciones
textuales típicas de esa especial manera de «dialogar con los clásicos»
que tuvieron los humanistas. Por último, Laguna no se detuvo en la
tarea de dar a luz textos latinos, sino que se empeñó personalmente
en trasladar alguno de esos textos a su lengua vernácula, en una
clara defensa del uso científico de esas lenguas, en consonancia con
lo que una parte de los estudiosos de la época defendían. Por otro lado, la financiación de sus diversas
aventuras editoriales tuvo que llegarle por las vías habituales en
aquella época. Por un lado, otros estudiosos o alguno de sus
cultivados patronos protectores (como los hermanos Hurtado de Mendoza,
por ejemplo) le suministraron manuscritos griegos, esenciales para sus
tareas de traductor latino, comentador y ‘depurador’ de textos de Galeno,
Aristóteles o Dioscórides, por citar los tres más
destacados. Por otro lado, debió responder a encargos directamente
emanados de los libreros atentos a la demanda de textos de los clásicos
filológicamente ‘depurados’ por los humanistas. Una demanda que
el incipiente pero ya vigoroso mercado europeo del libro impreso
trataba de satisfacer mediante aventuras editoriales que en ocasiones
se financiaban a través de las grandes empresas de Venecia, Lyon, París,
Colonia o Amberes. Pero que otras veces necesitaban contar con el
apoyo de aristócratas, prelados o monarcas. Como es bien sabido, a
falta de los documentos notariales o de otro tipo que lo confirmen,
una pista fundamental para identificar a esos «mecenas» de las obras
científicas impresas, se halla en las dedicatorias de los libros. Las
de Laguna no dejan lugar a dudas al respecto: aristócratas,
cardenales y obispos castellanos, embajadores y políticos
significativos de la monarquía hispánica, el papa, el emperador y su
heredero en España son los principales destinatarios de las
dedicatorias. Con la excepción de algunas obras – como luego
veremos – las tareas
librescas de Laguna estuvieron siempre directamente relacionadas, como
sus actividades profesionales y su práctica científica, con la
medicina. De hecho, Laguna debe ser entendido, ante todo y sobre todo,
como un brillante y destacado representante de la medicina
universitaria del Renacimiento. Por eso decíamos al principio que
para entender adecuadamente el personaje histórico de Andrés Laguna
resulta imprescindible encuadrarlo dentro de ese marco. Para ello, a
continuación, repasaremos sucintamente los rasgos principales de los
saberes y las prácticas que configuraban dicha medicina. Galenismo
y Aristotelismo La primera de las consideraciones que hay que
tener muy presente a la hora de presentar, aunque sea tan sucinta y
elementalmente como aquí nos proponemos hacer, la medicina
universitaria renacentista es la de que los saberes y las prácticas
que la configuraban se hallaban indisolublemente unidos a los de la
filosofía natural. Esa disciplina académica se consideraba la
base conceptual indispensable para acceder a otros aspectos del
conocimiento de la naturaleza, de sus procesos y de sus
manifestaciones. Así pues, aunque en los inicios del siglo XXI pueda
resultar sorprendente a algunos, medicina y filosofía natural
marcharon inseparablemente unidas desde la misma aparición de la
vida universitaria en Europa, allá por el siglo XII, hasta bien
entrado el siglo XIX. De hecho, la filosofía natural aristotélica fue
la que permitió a la medicina dotar de coherencia – y de recursos
expositivos imprescindibles para integrarlo y trasmitirlo – un conocimiento procedente en buena medida de un acervo
considerado exclusivamente como empírico y alejado de la base científica
(filosófica, dirían en la época) del conocimiento verdadero
sobre el cuerpo humano y sobre su capacidad de enfermar y de
sanar. Ese sistema médico sustentado en las bases racionales de la
filosofía natural de cuño aristotélico fue el galenismo. La «síntesis
feliz» entre los conocimientos médicos de la antigüedad griega, que
arrancaban esencialmente de los textos atribuidos a Hipócrates
(460-370 a. C), con una imagen de la naturaleza derivada de la de la physis
aristotélica fue llevada a cabo por Galeno (131-201). Su rica y
variada obra escrita permitió dar unidad y difusión a la suma de
diversos saberes y prácticas anteriores y su personal investigación
acerca de los diversos procesos morfológicos, fisiológicos y patológicos
de ese cuerpo humano, auténtico microcosmos donde se repetían y se
reflejaban los procesos generales de generación y corrupción del
macrocosmos. Dicho sistema interpretativo general se trasmitió
por diferentes vías y a diferentes ámbitos geográficos y culturales,
que fueron aportando algunas cosas nuevas, modificando los textos galénicos
e interpretando con claves diferentes, a veces contradictorias, dichos
textos. Así, el mundo helenista, el imperio bizantino y, más tarde,
la rica y permeable cultura islámica, se apropiaron a su modo de esa medicina
galénica edificada sobre la base de la filosofía natural aristotélica.
Finalmente, el arco mediterráneo occidental volvió a recuperar los
escritos de Galeno y de los diversos galenistas posteriores, primero a
partir de las traducciones del árabe, luego a través de la paulatina
recuperación de textos latinos y griegos. La teoría
humoral: un sistema médico para un milenio Así pues, durante más de ocho siglos, los
conceptos acerca de la salud y de la enfermedad en la medicina culta
europea occidental estuvieron marcados por la vigencia de un complejo
sistema de interpretación racional, basado en los tratados atribuidos
a Hipócrates, en las obras de Galeno y en la infinidad de autores –
cristianos, musulmanes y judíos –
que se dedicaron a comentar esos textos. Para tratar de sintetizar en qué consistía la
interpretación galenista de los procesos naturales del cuerpo humano,
debemos partir de la llamada teoría de los humores. El galenismo
concebía el estado de salud como el equilibrio perfecto (eucrasia)
de los cuatro humores que componían el organismo humano y sus partes.
Dichos humores tenían su correspondencia con los cuatro elementos
constitutivos de la materia y combinaban las cuatro cualidades básicas
de la misma en el modo siguiente:
La pérdida de la salud era ocasionada por la acción
de un complejo sistema de causas que provocaban el desequilibrio de
los humores o discrasia. Entre esas causas ocupaban un papel esencial las
cosas preternaturales, de origen externo y contrarias a la natura
del cuerpo humano. Para el restablecimiento de la salud, así como
para el mantenimiento de la misma, el médico debía elaborar un régimen
que, de acuerdo con las características personales de cada individuo,
se ocupara de evitar la acción de las causas preternaturales y
de regular todos los aspectos de su vida, en especial los relativos a
las llamadas sex res non naturales: el
aire y el ambiente De acuerdo con los conceptos de equilibrio y
desequilibrio humoral explicados anteriormente, para la patología galénica
el principal objetivo terapéutico era la expulsión de la materia
pecante, el humor excedente, responsable de la aparición de los síntomas
en el curso de una enfermedad. El exceso de ese humor pecante debía
ser evacuado con ayuda de diversos procedimientos terapéuticos. Los
dos fundamentales para obtener dicha expulsión eran la purga y la
sangría. La primera se conseguía mediante el uso de diversos
purgantes, administrados de diferentes modos, utilizando las vías naturales:
desde el sudor a la saliva, pasando por el vómito, la orina o las
heces. Para ello, la materia médica galénica poseía un extenso
repertorio de productos purgantes, de origen vegetal, animal o mineral,
con diferentes acciones, grados e intensidades. De ahí la
extraordinaria valoración que adquirieron algunos simples medicinales,
como la raíz de Mechoacán, capaces de conseguir una expulsión de la
materia corrompida que no producía excesivas molestias al paciente y
que obtenía efectos rápidos y controlados. Pero además de las vías naturales, con mucha
frecuencia se recurría a provocar la deseada eliminación del humor
excedente mediante la práctica de la flebotomía, o sangría. Hasta
tal punto prescribían los médicos galenistas a sus enfermos esta técnica
que no tardaron en granjearse la crítica de quienes vieron en el
abuso de la sangría el argumento fundamental para poner en tela de
juicio todo el sistema médico galénico. La combinación de los simples medicinales
(cada uno de los elementos vegetales, animales o minerales empleados)
en sofisticados compuestos (el más conocido de los cuales era
la teriaca o triaca, en cuya receta se combinaban más de un
centenar de simples) era el objeto de los numerosos Antidotarios circulantes
en la época. La elaboración de las diferentes recetas era
competencia de los boticarios y objeto de discusión continua entre
los médicos, tanto en sus tratados como en las consultas que se
intercambiaban o en las juntas de médicos que los reunían en torno
al lecho del enfermo. En éste como en los demás aspectos de la
medicina galénica el contenido esencial del saber se hallaba en los
textos clásicos de referencia. Para el caso de la materia médica,
sin duda, éste era el de un médico griego del siglo I que reunió en
un tratado las descripciones y las virtudes medicinales de unas 600
plantas, además de algunas partes de animales y unos pocos minerales
con propiedades curativas. A partir de la segunda mitad del siglo XV, el
esclarecimiento del texto ‘original’ de Dioscórides y la discusión
acerca de la denominación, la identificación de las plantas que
describió y – sobre todo – acerca de sus reales o supuestas
virtudes curativas ocuparon a muchos médicos europeos, adscribibles a
lo que se ha convenido en denominar «humanismo médico», entre ellos
de manera muy destacable, como ya hemos anunciado, a Andrés Laguna.
Veamos, pues, en qué consistió ese humanismo médico en el que militó
desde el principio hasta el final de su andadura intelectual, el médico
segoviano. El
humanismo médico En principio, el humanismo médico, como parte del
movimiento intelectual europeo que se ha convenido en denominar
Humanismo, participaba del empeño programático de recuperar en su
saber ‘original’ los textos clásicos, esencialmente de Hipócrates
y Galeno, así como de otros autores de la misma tradición
grecorromana, mediante una tenaz y sistemática crítica a los textos
arabizados que se habían venido traduciendo al latín y utilizando
generalmente en las universidades. Esta ‘depuración’, sin embargo, no se llevó
a cabo exclusivamente por razones de purismo filológico ni solamente
desde posiciones intelectuales sometidas a un seguimiento acrítico de
las palabras de una autoridad clásica considerada indiscutible. De
hecho, en la mayoría de los casos, la actitud del médico humanista
se halló en la tesitura de lo que podríamos considerar una especie
de ‘paradoja de la autoridad’: cuanto más se depuraban sus textos,
se devolvía a su sentido y sonido ‘original’ su saber, más se
abría paso a una discusión abierta con ese saber, a una crítica que
de manera inevitable estaba llamada a contrastar lo que el texto decía
con la «propia experiencia» derivada de la observación y de la práctica
médica, hasta llegar en ocasiones a poner en tela de juicio las
afirmaciones de la autoridad. Por eso, la tarea llevada a cabo por el humanismo
médico cobra su verdadera magnitud cuando se la pone en relación con
una serie de nuevas prácticas de elaboración y transmisión de los
saberes que se estaban creando en ámbitos y espacios nuevos, dentro y
fuera del estricto marco de las instituciones universitarias. Contribuía
a ello un ambiente favorable al cultivo de los saberes naturales en
las cortes de los soberanos y de los grandes señores, pero también
una serie de novedades importantes, en la que la difusión de la
cultura escrita a través de la imprenta ocupaba un lugar preeminente.
Por otro lado, en el ámbito estricto de la enseñanza de la medicina
universitaria, viejas prácticas se renovaron casi por completo a
partir de las décadas centrales del siglo XVI y otras nuevas
comenzaron a abrirse camino entre profesores y estudiantes
universitarios. Si hay un área del saber médico que representa
mejor que ninguna otra esa renovación ésta es sin duda la anatomía.
La práctica de la disección de cadáveres con fines didácticos no
era nueva, ya que se practicaba desde los siglos XIV y XV, no sólo en
las universidades más importantes de Italia, Francia y España, sino
también en algunas de las agrupaciones de cirujanos. Lo que ocurrió
en las décadas iniciales del siglo XVI fue que en varios de esos
centros la práctica de la disección se extendió a médicos y
cirujanos en el mismo ámbito universitario y a un público de
interesados y curiosos, entre los que cada vez más figuraban artistas
y pintores, incluso autoridades o viajeros. Además, las disecciones se hicieron mucho más
frecuentes. Tanto que las habituales estructuras de madera montadas de
modo provisional para albergar a los estudiantes, al maestro y a los
disectores en torno a la mesa con el cadaver durante unas pocas
sesiones, se convirtieron en teatros anatómicos estables, construidos
de manera sólida y separada, con gradas de madera o de piedra para
albergar a un público cada vez más numeroso, con una mesa de disección
que fue dotándose de determinados refinamientos, como un eje que la
hacía giratoria, o un mecanismo de desagüe para los líquidos y,
finalmente, con otros elementos didácticos (esqueletos, láminas,
etc.) que acompañaban las disecciones o las sustituían cuando el
calor de la estación hacía inviable practicarlas por la dificultad
de conservación del cadáver. Por último, se transformó también la escena de
la disección y el reparto tradicional de los papeles y funciones de
cada uno de los que allí actuaban. Como muy gráficamente expresó
Andrés Vesalio – sin duda, la figura que supo representar como
ninguna otra la renovación anatómica en el Renacimiento – el
profesor descendió de la cátedra, desplazó al cirujano disector que
hasta ese momento se limitaba a ejecutar las órdenes que se le impartían
desde la cátedra y empuñó el cuchillo sectorio, para llevar a cabo
con sus propias manos la disección del cadáver, mostrando a los
estudiantes las partes del cuerpo y explicando su estructura (su fabrica)
y su funcionamiento. También los estudiantes pasaron con frecuencia
de su papel meramente espectador a practicar y aprender a practicar
las disecciones. Por último, el propio cadaver mudó su origen y su
papel. Incluso dejaba su lugar a diversos animales que – vivos o
muertos – eran abiertos
para observar su morfología y el funcionamiento de sus partes. No se
trataba ya meramente de ilustrar en sus vísceras, sus músculos o sus
huesos lo que el profesor leía en un texto, sino de ofrecer a los
presentes un material para «observar con la propia experiencia de los
sentidos la obra creadora de Dios en la admirable fabrica del cuerpo
humano» o de los organismos animales vivos. El peso de la autoridad
textual se alejaba de un escenario universitario que había dejado de
ser el tradicional y se había
transformado casi por completo. Aunque, como hemos dicho, la anatomía representa
de manera muy evidente lo que hemos venido denominando las nuevas prácticas
didácticas y experimentales
puestas en marcha por el galenismo humanista (pese a todo,
conviene no olvidar que todos esos nuevos
anatomistas seguían siendo esencialmente galenistas en su visión del
cuerpo humano, de la enfermedad y de su
curación, aunque disintieran de muchas cosas de los textos anatómicos de
Galeno), no fue la única área que experimentó
esos cambios. El estudio de las
plantas, animales o minerales (motivado, en principio, por la necesidad de
conocer sus propiedades curativas) conoció
transformaciones de similar importancia, sobre todo en lo que respecta
a la introducción de prácticas experimentales en la enseñanza y de
la incorporación de éstas a la labor de los autores, que se
distanciaron también así de la autoridad textual que ellos mismos habían contribuido a repristinar con su crítica filológica. Dicho estudio se concretaba en el cultivo de un área
de la medicina bien definida
en la época con la expresión materia medica. Se ocupaba de
los elementos de origen vegetal, animal o mineral que constituían la
materia, viva o inerte, que poblaba el mundo natural sublunar,
es decir, el situado por debajo
de los orbes celestes para identificar o descubrir aquellos de esos
elementos (o simples
medicinales)
que poseían facultades curativas. En la gran época de la
expansión geográfica, resulta obvio que el motor
de esa curiosidad permitió
que
un gran universo de seres y objetos naturales fuera puesto a disposición
de los estudiosos, que se enfrentaron a ellos con un
entusiasmo intelectual similar al que suscitaba en los anatomistas el
descubrimiento de un huesecillo del oído o de las válvulas de las venas. Por otro lado, las prácticas científicas
relacionadas
con la materia médica conocieron un proceso de innovación y
desarrollo muy importantes, también en el ámbito
universitario. La dotación en las facultades de medicina de cátedras
específicamente dedicadas
al estudio de los simples medicinales, la salida del aula del
profesor y sus alumnos para herborizar por los campos
cercanos o los huertos privados,
los nuevos instrumentos de investigación (como los herbarios secos, los
museos y los gabinetes de historia natural), o el refinamiento de
otros tradicionales (como la ilustración y el grabado) les dieron la
capacidad necesaria para
producir
obras de considerable novedad e interés. Los especialistas, además,
encontraron vías de estrecha y eficaz comunicación,
no sólo a través de la imprenta, sino también a través de una tupida red de cartas, envíos de
muestras y semillas, intercambio de objetos y de noticias procedentes
tanto del Nuevo
como del Viejo Mundo. El creciente prestigio de las facultades de
medicina en el seno de los
estudios
generales universitarios, en especial en algunas ciudades del norte y
el centro de Italia, llevó a los poderes locales
que sostenían estos centros a
dotar la enseñanza de la medicina con nuevos elementos que, además de
cumplir con su papel formativo, sirvieran de fuente de prestigio y
atracción de nuevos
estudiantes. Padua, Pisa, Ferrara o Pavía, entre otras, marcaron el
ejemplo a seguir en este sentido, creando los primeros jardines botánicos
donde cultivar plantas medicinales. Estos jardines
universitarios fueron puestos, por lo general, bajo la dirección de un catedrático, quien, además de hacer
la demostración de los simples (ostensio simplicium) cuando la
estación lo permitía, desarrollaba otro tipo de prácticas científicas
asociadas a la enseñanza,
con
la ayuda de estudiantes y colaboradores, como la elaboración de
herbarios secos, el dibujo y pintura de plantas, el cultivo
en invernaderos y la aclimatación de especies exóticas. Por otra parte, el interés de príncipes y
monarcas renacentistas por la
creación y organización de jardines en sus palacios y dependencias,
dedicadas tanto
al ocio como a la representación de la vida cortesana, no puede ser
interpretado como mera expresión de gustos personales o de la
voluntad de exhibir su poder y riqueza ante sus súbditos. En el caso
de Felipe II, por ejemplo, las
necesidades de administración y aprovechamiento de recursos de los
inmensos territorios bajo su dominio son un factor esencial a la hora
de interpretar adecuadamente
las cuantiosas inversiones que la Corona dedicó a los bosques
y jardines reales: Aranjuez, Segovia, El Pardo, la
Casa de Campo y El Escorial, entre otros. Sin lugar a dudas, no es
casualidad que fuera precisamente Felipe II el destinatario de la dedicatoria que Andrés Laguna escribió
para su versión
castellana de Dioscórides y que en dicho texto llamara al monarca a
estimular y apoyar la creación de jardines botánicos. Regresamos así al protagonista de estas páginas,
Andrés Laguna, cuya importancia
y significado históricos podemos entender mejor quizá ahora,
dentro del ámbito de la medicina renacentista
creada y renovada en torno al
llamado galenismo humanista. Laguna:
médico humanista Como se recordará, la primera etapa de la
andadura intelectual deAndrés
Laguna tuvo lugar en París. Su primera obra publicada apareció en 1535,
al año siguiente de su graduación en aquella
universidad. Se trataba de una edición típica de un estudioso
humanista: un texto aun entonces atribuido a
Aristóteles y en cuya portada Andream a Lacuna Secobiensem dejaba
clara la voluntad
de purismo filológico que había guiado su intervención: Aristotelis
Stagiritae
De physiognomicis liber unus, per Andream a Lacuna Secobiensem
nunc
primum ac infelici superioris versionis (a verbo absit iactantia)
editione in
feliciorem latinitatem restitutus: in quo sane philosophus ille ex
corporis lineamentis
reconditos animae mores investigare rara quadam eruditione atque
inaudita
nos docuit. A esta primera obra siguió ese mismo año de 1535
la publicación de una
obra
sobre el método anatómico, en la que el joven Laguna daba cuenta de
las enseñanzas. Su título comenzaba del modo
siguiente: Anatomica methodus, seu de sectione humani corporis contemplatio, Andrea a
Lacuna Seconbiense authore
y
proseguía anunciando al lector que la obra se había redactado in
compendium
atque adeo enchiridium y anxie curatis, por supuesto observando las
reglas de la puritate sermonis. La obra estaba dedicada a Diego
de Ribera, obispo de Segovia. Diversos historiadores
de la llamada anatomía prevesaliana han juzgado la obra como dotada
de una cierta originalidad, aunque
ciertamente
con muy efímera fama, debido a la aparición – sólo siete años más
tarde – de la Fabrica de Vesalio. En su
sintética exposición, Laguna no dejó de reseñar su asistencia a disecciones en París, llevadas a cabo por el
profesor de cirugía
Jean de Tagault. En concreto, se trata de una referencia a la
observación de dos grandes cálculos en la vesícula bibliar en un
cadáver disecado por Tagault ante sus estudiantes. Pero alude también
a disecciones efectuadas por
propia
mano, como cuando hace ostentación de su pericia con el cuchillo en la
mesa de disección – muy al estilo de Vesalio
– en el caso de la disección de un
cadaver del que, el mal olor que desprendieron los intestinos al abrir la
cavidad, alejó a los otros mientras que él con valentía afirma: «cogí
el escalpelo, seccioné
el ciego y demostré claramente a todos con un palillo que tenía dos
orificios, uno por el que absorbía y otro por el
que expulsaba», contra la común opinión de sus colegas, «que ni
siquiera habían echado un vistazo», de
que el intestino ciego sólo tenía un orificio.Así, se permitía Laguna
disentir de la
autoridad, aunque en el prefacio afirmaba – con la retórica
habitual en estos casos – que no escribiría nada contra Hipócrates,
Galeno, Celso, Platón,
Aristóteles,
Plinio o Alejandro de Afrodisia. En 1536, todavía en París, Laguna entregó a la
imprenta una tercera publicación, esta vez aún más claramente en la
línea del galenismo humanista,
pues
se trataba de la traducción latina de un texto griego impropiamente
atribuido a Galeno, con el título: De urinis libri duo, antehac
nunquam in lucem
emissi.
Estaba dedicado a su padre y, según declaraba el autor, pretendía
resultar de gran utilidad a los estudiantes de medicina, pues «aunque
no sea genuino de Galeno», «parece oler tanto al método y al
ingenio de Galeno en el
análisis de todas las diferencias de las orinas».
De este modo aseguraba que
colmaba
«la inagotable sed de la juventud»; es decir, trataba de satisfacer
la demanda de un público deseoso de tener esos
textos filológicamente impecables con los que el programa humanista
prometía poner a su alcance toda la
medicina
clásica. Al regresar a Castilla, el médico segoviano dio a
la luz otros tres trabajos,
probablemente
comenzados a elaborar en su etapa parisina, aunque fueron
publicados en Alcalá, en las prensas de Brocar:
el De mundo seu De
Cosmographia
que
él siguió atribuyendo a Aristóteles, en edición dedicada al
emperador Carlos y dos diálogos de Luciano de
Samosata, la Tragopodagra y el Ocypus. La elección de estas obras de un autor tan caro a los
erasmistas pone
a Laguna claramente en conexión con esa corriente de pensamiento
religioso, político y filosófico que inspiraron los escritos de
Erasmo de Rotterdam en tantos intelectuales europeos de la primera
mitad del siglo XVI. La segunda etapa significativa en la trayectoria
intelectual de Laguna transcurrió,
como se recordará entre Metz y Colonia, de 1540 a 1545. Las
autoridades de la ciudad que le habían contratado
como médico estimularon la
elaboración,
tras hacer frente a una epidemia de peste, de su Compendium
curationis,
precautionisque morbi passim populariterque grassantis, hoc est,
vera
et exquisita ratio noscendae, precavendae atque propulsandae febris
Pestilentialis,
que se imprimió en Estrasburgo, en febrero de 1542, dedicado
al consistorio municipal de Metz. El año siguiente significó, desde el punto de
vista editorial, una auténtica
explosión de la producción de Laguna, sin duda fruto de los trabajos de
crítica textual
y comentarios que hacía años llevaba desempeñando. En Colonia
aparecieron hasta seis diferentes publicaciones. Dos traducciones
dentro de la más pura tradición humanista: De natura
stirpium liber unus et alter, otro de los numerosos textos atribuidos a Aristóteles; De philosophica
historia liber unus,
que la tradición atribuía esta vez a Galeno, aunque ya entonces se le
sabía apócrifo. Otras dos obras de similar
orientación: los comentarios [no! la traduzione] al De re rustica, atribuido al emperador Constantino y las Castigationes
a la traducción de dicha obra llevada a cabo por otro destacado
médico humanista, Jan
Hagebut (o
Janus Cornarius, nombre latinizado con el que es más conocido). Y un par de obras algo más atípicas en la
producción tradicional de un médico, aunque no de otros humanistas de tendencias erasmianas. La primera era el
texto impreso del discurso pronunciado ante la
universidad de Colonia, dedicado a una Europa que misere se
discrucians, un texto que ha dado a Laguna
fama de europeísta avant la lettre, pero que sería más ecuánime
juzgar como una
pieza oratoria típica de un hombre comprometido con la causa del
irenismo erasmista que el emperador Carlos aún pretendía
– sin demasiado éxito en realidad – representar. La segunda se titulaba Rerum prodigiosarum quae
in urbe Constantinopolitana,
et in aliis ei finitimis accederunt anno a Christo nato
M.D.XLII.
brevis atque succinta enarratio. De prima truculentissimorum
Turcarum
Origine, deque eorum tyranico bellandi ritu, et gestis, brevis et
compendiosa
expositio.
La primera parte es una mera traducción latina de un texto italiano que narraba los «prodigios» ocurridos en Constantinopla
en el verano
de 1542; la segunda parte era original de Laguna. Sea o no cierta la
atribución a Laguna del Viaje de Turquía que
Bataillon hiciera hace medio
siglo,
esta obra demuestra un especial interés del médico segoviano por el
imperio otomano, sus orígenes, las costumbres de
sus gentes y la consideración – de nuevo en una óptica claramente
adscrita a los supuestos políticos de
Carlos
V – como la verdadera amenaza de la Cristiandad, lamentablemente
envuelta en una guerra intestina, mientras el
peligro turco se consolidaba y
acechaba el orbe cristiano. El período de producción impresa llevada a cabo
desde Colonia se cerrará con un pequeño tratado dedicado a dar
consejos médicos para la vejez, bajo
el
título De victus et exercitiorum ratione maxime in senectute
observanda no publicada hasta 1546, cuando Laguna llevaba ya un
año de estancia en Italia. Como ya se ha indicado, los diez años que pasó
entre Roma y Venecia fueron
los más interesantes y productivos de toda su intensa carrera
intelectual; en especial, por dos hechos. Porque da a la luz la obra más
significativa de su aportación al galenismo humanista: seis volúmenes
de los que los cuatro primeros son las Epitomes omnium Galeni operum, el quinto es la Vita
Galeni Pergameni
junto
a un abultado y completo índice de los epítomes de las obras
de Galeno recogidos en los volúmenes anteriores;
el último tomo contiene las
Annotationes
in Galeni interpretes, dedicado a Diego Hurtado de Mendoza,
hermano del entonces embajador de Venecia, ciudad
en la que los seis volúmenes aparecieron impresos en 1548. La segunda
razón es porque durante
todos
esos años Laguna no cesó de recopilar información – no sólo
libresca, sino también empírica – con vistas a su futura
traducción y anotación del tratado de Dioscórides. La producción italiana de Laguna no se detuvo aquí,
pues en 1551 apareció en Roma su tratado sobre la gota: De
articulari morbo commentarius, dedicado al papa Julio III, que lo había hecho médico honorario suyo y
que padecía esa enfermedad, que aquejó también al
propio médico segoviano, como
a Erasmo, a Vives, o al mismo Emperador. Recogía en él las
recomendaciones «que aprendí contra los dolores articulares en
mi peregrinar por España, Francia, Inglaterra, Alemania e Italia». En el mismo año de 1551, apareció publicado el
único tratado de tema
quirúrgico
escrito por el médico segoviano: el Methodus cognoscendi
extirpandique
excrecentes in vesicae collo carunculas.
La obra se dedicada a comentar
un método de cauterización de las llamadas «carnosidades de la vía
de la orina» mediante la aplicación de unas »candelillas»
de cera, untadas de un caústico corrosivo. Tal método, cuya parternidad siempre fue
discutida, parece que empezó a practicarse – como tantas
otras prácticas de ese tipo – por parte de diversos empíricos y, por esa época, sin duda como reacción a
la extensión de la noticia sobre su eficacia y en un
intento de apropiación, comenzaba a discutirse la paternidad del
mismo entre varios cirujanos y médicos
universitarios.
Bien entrado el siglo XVIII aún se practicaba y aún se discutía
sobre el origen del método y su «inventor».
Laguna lo atribuyó «a un empírico portugués llamado Philipe», que se la comunicó a Juan Aguilera (médico
papal por
entonces), aunque Amato Lusitano, lector de Laguna, atribuyó la
invención del método a su maestro salmantino Lorenzo Alderete,
entonces profesor en Salamanca, de quien se supone lo aprendió el
tal Felipe. Dos años más tarde, a punto de concluir su período
en Italia, Laguna concluye
unas Annotationes in Dioscoridem, hechas a la versión latina
del tratado de materia médica llevada a cabo en 1516
por quien fuera su maestro
en
París, Jean Ruel y un Epitome de los comentarios que Galeno
hizo a los textos hipocráticos. Ambas obras aprecieron
finalmente en Lyon, en 1554,
aunque
su elaboración y conclusión pertenecen claramente al fecundo período
italiano. Con el final de ese período, Andrés Laguna
parece considerar culminada
su
tarea publicística en lengua latina y su traslado a los Países Bajos
parece ir acompañado de la decisión de expresarse en la
imprenta a partir de ese momento en su lengua vernácula, el
castellano, cosa que nunca había hecho. De
hecho,
excepto una Apologetica epistola sobre las anotaciones del ya
citado Ianus Cornarius al texto de Dioscórides,
aparecida en Colonia en 1557, las cuatro obras que Laguna publicará en lo que le resta de vida fueron
escritas e impresas
en castellano. La primera de ellas es su más conocida, elogiada,
reeditada y apreciada obra:
Pedacio Dioscorides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal, y de
los
venenos mortíferos, traduzido de lengua Griega, en la vulgar
Castellana, e
illustrado con claras y substanciales Annotationes, y con las figuras
de innumeras
plantas exquisitas y raras, por el Doctor Andrés de Laguna, Médico
de Iulio III Pont. Max. Divo Philippo, divi Caroli V Aug. filio
haeredi, Opt. Max.
dicatum,
publicada en Anvers, En casa de Iuan Latio, en 1555. Una obra
que, por sí sola, merecería otra sesión de este
curso, para ilustrar no sólo la
transmisión del saber clásico a lo largo de los siglos, sino – quizá
de manera un tanto
especial – la compleja configuración de esa medicina renacentista
europea que aquí hemos tratado de presentar enmarcando esta sucinta
exposición de la vida y la obra de Andrés Laguna. Algunas referencias
bibliográficas dubler,
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medieval y renacentista, 6 vols., Barcelona, 1953-1959. garcía
hourcade,
Juan Luis; moreno
y uste, Juan Manuel (coords.), Congreso Internacional
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Miguel Ángel, Entre la imitación y el plagio: fuentes e
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Teófilo, Dos estudios históricos: vieja y nueva medicina,
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edición facsímil de 1566, Madrid, Fundación de
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Calles,
1999 [Es reedición, con estudios introductorios de Pedro Laín
Entralgo et
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de: Madrid, Instituto de España, 1968–1969] laguna,
Andrés, Europa heautentimorumene: es decir, que míseramente a sí
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se atormenta y lamenta su propia desgracia (introducción, edición,
traducción y notas Miguel Angel González Manjarrés;
prólogo Joseph Pérez), Valladolid , Junta de Castilla y León. Consejería de Educación y
Cultura, 2001. lind, l. r., Studies in pre-Vesalian anatomy: biography, translations,
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Philadelphia, American Philosophical Society, 1975. mattioli,
PietroAndrea, I discorsi di M. Pietro Andrea Matthioli sanese,
medico cesareo,
et del serenissimo principe Ferdinando archiduca d’Austria &c.
Nelli sei
libri di Pedacio Dioscoride Anazarbeo della materia Medicinale. Hora di
nuovo
dal suo istesso autore ricorretti, & in più di mille luoghi
aumentati. Con
le figure grandi tutte di nuovo rifatte, & tirate dalle naturali
& vive piante, &
animali, & in numero molto maggiore che le altre poer avanti
stampate.
In Venetia, Appresso Vincenzo Valgrisi, 1568. Facsímil
en 5 vols. Roma, Stabilimento
Tipografico Julia, 1967–1969. santamaría, José Manuel (Comp.), El doctor Andres Laguna y su tiempo: Exposición conmemorativa del V Centenario del nacimiento del doctor Andrés Laguna. 7 octubre-6 diciembre. Segovia, Caja Segovia, 1999. 93 p. Existe una versión en Internet: |
Dictionnaire
historique
de la médecine ancienne et moderne
par Nicolas François Joseph Eloy
Mons – 1778